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A menudo nos encontramos con importantes dificultades para que nuestros hijos adolescentes acepten las indicaciones que les hacemos en lo que se refiere a su comportamiento, sus estudios, su salud, en definitiva, la manera que tienen de gestionar su vida. Es posible que estas resistencias sean simplemente una característica de su edad, de la necesidad de identificarse como personas independientes que muestran su criterio frente al nuestro.

El problema surge cuando, desde nuestra opinión, se están produciendo conflictos relevantes que requieren valoración profesional y, en su caso, intervención terapéutica: conductas de trasgresión y no adecuación a límites y normas en el medio familiar, fracaso académico, descargas agresivas, comportamientos de riesgo y cualquier otro aspecto que afecte a su desarrollo evolutivo y su bienestar personal. Probablemente ellos no admitan que está ocurriendo conflicto alguno y no quieran saber nada de acudir al especialista, suelen argumentar que a ellos no les ocurre nada y que el problema es nuestro.

Se plantean dos interrogantes:

Para afrontar la primera cuestión, lo  aconsejable es buscar el momento adecuado y exponer con franqueza a nuestros hijos el nivel de preocupación que sentimos sin responsabilizarles directamente, informándoles de nuestra intención de buscar ayuda y de nuestro deseo que ellos se incorporen en el proceso de solución. Es conveniente respetar su decisión aunque no sea la que nos gustaría escuchar, un profesional, difícilmente va a poder intervenir sobre objetivos de cambio con un adolescente sin percepción de problema y sin motivación para iniciar tratamiento. No debemos engañarles, ni «comprarles» para conseguir que accedan. Sí nosotros empezamos a cambiar, es posible que se incorporen mas adelante.

Sobre la segunda cuestión, es factible trabajar sin la incorporación del adolescente al proceso terapéutico, cambiar nuestra actitud, nuestra manera de manejar los conflictos pueden ser factores decisivos para ayudar a nuestros hijos. Los padres  pueden aprender a responder con eficacia a las situaciones que los adolescentes plantean, gestionar sus demandas, establecer límites que funcionen y adoptar el papel más adecuado en una situación crítica.

Para comprender y afrontar con eficacia los retos del adolescente es necesario un cambio de rol por nuestra parte, dejamos de ser su único referente y competimos ahora con su grupo de iguales. Sólo desde el esfuerzo por adaptarnos a las nuevas demandas podremos mantener con eficacia  nuestro criterio, tan cuestionado y tan importante a la vez en sus decisiones.

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