La periodista Gema Lendoiro, en su artículo «Mamá, no me grites, por favor» publicado en Abc.es el día 13 de Abril de 2013, una interesante reflexión sobre como perder la paciencia y elevar la voz a los hijos no es siempre la fórmula más adecuada para conseguir que nos obedezcan.
El artículo recoge la opinión de Ana Arroyo, experta psicóloga clínica infantil de Cinteco, donde desarrolla su actividad en el área de infancia y se ha especializado en la dentro del ámbito infanto-juvenil y ha trabajado también durante muchos años en el mundo de la discapacidad intelectual.
… Y es que la teoría, como casi en todo, es mucho más sencilla que la práctica. Llegar tarde al trabajo y lidiar con un enano en plenos terribles dos años que en el último momento tira el colacao y hay que cambiarlo de ropa puede desquiciar al mismo Job. ¿Qué hacer para no gritar a nuestros hijos? ¿Por qué no debemos hacerlo? Como siempre hemos pedido ayuda al experto y nos contesta cómo proceder. O al menos darnos unas pautas.
Ana Arroyo Urtasun es psicóloga en el Centro de Investigaciones y Terapia de Conducta en el prestigioso centro Cinteco.
—¿Por qué motivo no se debe gritar a los niños?
—Cuando vamos a llevar a cabo una conducta es importante detenernos a pensar las consecuencias que la misma va a provocar. Antes de nada, debemos tener en cuenta que los adultos somos modelo de actuación para los niños y que tanto nuestras acciones adecuadas como las inadecuadas van a ser aprendidas por ellos, por lo que se recomienda reflexionar sobre los «modelos de comunicación y resolución de conflictos» que les queremos transmitir. ¿Queremos que nuestros “pequeños” aprendan a hablar a gritos como estrategia para conseguir lo que quieren?
—¿Cuáles son las principales consecuencias negativas de gritarles?
—La conducta de gritar puede ser en ocasiones muy reforzante para los padres o profesores porque perciben que cuando elevan la voz su hijo o alumno les obedece. A corto plazo esta estrategia a veces resulta útil y por ello continúan utilizándola, sin embargo, con el tiempo los gritos generan una «tolerancia» en el niño y dejan de ser efectivos (se acostumbran a ellos), lo que provoca que cada vez el tono de voz para que respondan tenga que ser más elevado…
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