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Consumo Perjudicial de Alcohol

La mayoría de la población española consume bebidas alcohólicas esporádica o habitualmente y, aunque en  los últimos años ha descendido globalmente la proporción de consumidores de alcohol, la frecuencia de episodios de consumo intensivos (borracheras) ha aumentado,  especialmente entre los jóvenes.
Según el Informe de 2007 del Observatorio Español Sobre Drogas, el consumo per cápita de bebidas alcohólicas sigue una tendencia descendente desde hace bastantes años, pasando de 99,8 litros en 1996 a 90,1 litros en 2006. Igualmente ha descendido la extensión del consumo de alcohol entre los estudiantes de 14-18 años, pasando la prevalencia de consumo en los últimos 12 meses de 82,7% en 1994 a 74,9% en 2006, y en los últimos 30 días de 75,1% a 58,0%.  Sin embargo, entre los estudiantes de 14-18 años continua la tendencia ascendente de las borracheras. Así, entre los que habían tomado bebidas alcohólicas en los últimos 30 días la proporción de los que se habían emborrachado en ese mismo período pasó de 27,6% en 1994 a 41,9% en 2004 y 44,1% en 2006.
La elevada prevalencia del consumo se relaciona con el amplio arraigo social de este hábito, con la fácil disponibilidad del alcohol y con la percepción generalizada de que ciertos tipos de bebidas forman parte de las pautas de alimentación y de diversión. Por otra parte, se aprecia, sobre todo en los jóvenes, un cambio en los patrones de bebida tradicionales hacia el modelo de bebida anglosajón (beber el fin de semana cantidades muy importantes de alcohol hasta llegar a la embriaguez). En España beber es un acontecimiento social que gusta hacerlo en compañía, bebiendo despacio, saboreando la bebida, etc., mientras que en los países anglosajones se utiliza más como una forma de evasión.
Cuando hablamos de consumo de alcohol, nos referimos al consumo de bebidas que contienen alcohol etílico o etanol.

El alcohol se obtiene de la fermentación de carbohidratos vegetales (granos, frutas). El vino, el cava, la cerveza y la sidra son ejemplos de bebidas fermentadas y tienen  de un 3% a un 15% de alcohol. Cuando se hierven bebidas fermentadas para reducir el contenido de agua y aumentar el porcentaje de alcohol se obtienen las bebidas destiladas, con un 25% -60% de alcohol. Entre éstas están el whisky, la ginebra, el ron, coñac, anís, etc.
Una Unidad de Bebida Estándar (UBE) contiene 10 gramos de alcohol. Un vaso de vino o una caña de cerveza equivalen a 1 UBE. Una bebida destilada, 2 UBE.
El etanol es el  componente psicoactivo fundamental de estas bebidas. Pertenece a la familia farmacológica de depresores del sistema nervioso central. Una vez en el interior del cuerpo, lo absorbe en su mayor parte el intestino delgado, de donde se dirige al hígado y, de ahí, al resto del cuerpo. Soluble tanto en un medio lipídico como acuoso, atraviesa libremente la barrera hematoeencefálica y se detecta en pocos minutos en el cerebro. Muchas de las moléculas del etanol pueden descomponerse por la acción de una enzima llamada deshidrogenasa del alcohol (DHA) en el estómago o en el hígado. La DHA puede procesar aproximadamente una unidad de alcohol por hora. Si se bebe a más velocidad, el nivel de alcohol en sangre aumenta. La DHA es menos activa en las mujeres que en los hombres.
El etanol actúa como depresor general del sistema nervioso, porque interfiere en los receptores del glutamato NMDA, (el más importante neurotransmisor excitatorio en el cerebro),  pudiendo inhibir los circuitos neurales relacionados con el juicio y la discreción y dando lugar a una conducta locuaz, imprudente e incluso agresiva. Con dosis altas inhibe las neuronas relacionadas con el equilibrio y el habla, lo que produce falta de coordinación en los movimientos y al hablar, y con dosis todavía mayores, puede afectar a las neuronas que controlan el ritmo cardíaco y la respiración, e incluso tener consecuencias fatales
También se fija a los receptores GABA (el sistema GABAérgico es inhibitorio), creando un agradable antídoto contra el estrés, pero se convierte en especialmente peligroso si se combina con tranquilizantes, al reforzar su efecto, de tal forma que la mezcla puede tener consecuencias fatales
Los efectos del alcohol sobre el organismo dependen de la graduación de la bebida, de la cantidad, del acompañamiento o no de comida, del estado físico, de las circunstancias psicológicas, de la forma de consumo (las bebidas carbónicas potencian el efecto del alcohol gracias al CO2), del consumo de otras sustancias, etc.
Las mujeres son más vulnerables ya que suelen tener menos peso (menor proporción de agua en el organismo), más materia grasa (cuesta más eliminar el alcohol, ya que es una sustancia liposoluble) y sus enzimas hepáticos metabolizan peor el alcohol (a igualdad de consumo, mayor tendencia a sufrir enfermedades hepáticas y a convertirse en adictas).
La mayoría de los que consumen bebidas alcohólicas disfrutan y no experimentan consecuencias nocivas. Incluso parece que beber con mesura puede ayudar a prevenir ciertas patologías, como el accidente cerebro vascular, el infarto de miocardio y la demencia senil. El vino tiene propiedades cardiosaludables para los hombres mayores de 40 años y las mujeres de más de 50, pero hasta esta edad no se ha comprobado un efecto beneficioso. En la gente joven es superior el riesgo que el beneficio. En cualquier caso hay pautas menos arriesgadas y más efectivas para mantener el corazón sano (dieta equilibrada, ejercicio y abandono del tabaco).

Pero ¿Qué es beber con moderación?

El consumo moderado se sitúa en 14 unidades/semana en mujeres y 21 en hombres. A partir de dicho límite existiría un riesgo progresivo. Aunque no es lo mismo ingerir 210 gramos semanales a razón de 30 diarios que consumirlos en solo dos días.
Por supuesto que niños, embarazadas, conductores o pilotos, personas con ciertas enfermedades o que estén siguiendo determinados tratamientos y las personas adictas a otras drogas o con conductas de dependencia no deben probar el alcohol.
Cuando la vida de una persona no gira en torno a esta sustancia, sabe divertirse, emplear el tiempo libre y afrontar las dificultades sin depender física ni emocionalmente de la bebida podemos pensar que hace un uso adecuado de ésta.
En adultos sanos y bien alimentados el consumo de riesgo o consumo que puede producir daño si se persiste en el hábito se sitúa en los hombres en 41-60 gr. /día y en las mujeres en 21-40 gr. /día. Reducir el nivel de riesgo implica estar dos o tres días por semana sin consumo de alcohol.
Cuando el nivel de consumo deteriora claramente el bienestar psíquico o físico de la persona (hombres: más de 60 gr. /día, mujeres: más de 40gr/día) podemos considerar que se está realizando un consumo perjudicial. Beber por encima de 100 gramos de alcohol en una única ingesta es una forma de abuso y un indicador de problemas futuros con el alcohol.
Pero no solo la cantidad nos indica si el consumo que hacemos supone un riesgo, también cómo y cuando lo utilizamos nos puede indicar si estamos haciendo un consumo inadecuado.
Beber alcohol cuando estamos deprimidos, ansiosos, enfadados o nos sentimos culpables aumenta el riesgo de adicción, independientemente de la cantidad ingerida. El consumo inadecuado está más relacionado con reforzadores negativos (se bebe para aliviar el malestar, olvidar una pena, hacer frente a una situación desagradable, ahuyentar la soledad o eliminar el síndrome de abstinencia)
También  aumenta el riesgo beber a solas y fuera de las comidas ya que la búsqueda de gratificación se centra en el alcohol y se elimina la posibilidad de control por parte de otras personas.
El consumo de alcohol en la adolescencia hace más probable el alcoholismo en la vida adulta, así como la iniciación posterior en el resto de drogas. Además la ingesta abusiva en esta etapa interfiere en el desarrollo físico y en la maduración psicológica de los adolescentes.
Son señales inequívocas de abuso del alcohol, beber para cogerse un colocón, mezclarlo con drogas, experimentar un deseo insaciable, tomar bebidas diferentes del resto o hacerlo en circunstancias en que los demás no lo hacen o seguir bebiendo cuando los demás han dejado de hacerlo.
Muchas personas tienden a mezclar sustancias distintas para conseguir efectos más intensos. Mezclar alcohol con otras drogas depresoras que reducen el grado de activación del organismo puede tener un efecto multiplicador. Aumenta los efectos de algunos medicamentos y también los del alcohol. En dosis altas puede incluso producir una parada cardiaca o respiratoria. Mezclar alcohol con drogas estimulantes que aumentan el grado de activación del organismo contrarresta los efectos depresores del alcohol, combate el sueño y mejora momentáneamente la confianza y la comunicación. Asimismo el alcohol reduce el efecto estimulante de la droga y, a veces, produce una situación de disforia no controlada. En personas predispuestas se pueden producir cuadros de excitación con agresividad convirtiendo a este tipo de bebedores en sujetos peligrosos que pueden mostrarse pendencieros e incluso violentos en la calle, en el hogar, etc.
Las pautas de bebida excesivas en los adultos forman parte de la vida cotidiana. En los jóvenes suelen estar limitadas a los fines de semana o a acontecimientos festivos concretos. Con el tiempo esta limitación temporal suele desdibujarse y ya no se reducen sólo a los días de fiesta.
La vida cotidiana es aparentemente normal y, aunque no hay todavía una dependencia clara, la ingesta de alcohol es cada vez más frecuente y en mayores dosis. Comienzan a ser habituales las borracheras, las conductas disfuncionales (episodios de violencia, falta de rendimiento en el trabajo, empobrecimiento de la vida social, problemas en la conducción, etc.) y la utilización del alcohol como estrategia de afrontamiento ante cualquier contratiempo surgido.
Los pensamientos sobre la bebida aumentan considerablemente, así como las ganas de tomar algo en cualquier circunstancia o momento del día. Siempre se encuentra un pretexto adecuado para beber: invitar a alguien, festejar una alegría, olvidarse de un suceso desagradable, combatir el frío, pasar el rato, etc.
Aunque el alcoholismo sea el trastorno más dramático, los problemas relacionados con el consumo abusivo son mucho más frecuentes y son fuente de disfunciones de todo tipo: violencia familiar y social, conductas temerarias en la conducción, falta de rendimiento en el trabajo y en los estudios, deterioro progresivo de la salud, problemas en las relaciones interpersonales, etc. Asimismo, cada año más de 20.000 personas mueren prematuramente como consecuencia del consumo excesivo de alcohol.

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