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¿Eres un perfeccionista?

Perfeccionista  ¿Eres un perfeccionista?
¿Todavía recuerdas aquel único examen que suspendiste hace tiempo? ¿Te cuesta perdonar tus propios errores?
El perfeccionista cree que cualquier resultado “imperfecto” es inadmisible y, convencido de que puede conseguir la “perfección”, eleva el coste emocional hasta lo innecesario y ahí es donde comienza su dificultad de ajuste: miedo a no conseguir el objetivo fijado, frustración y sentimientos de culpa por no ser capaz de hacer lo que “debe”, errores cognitivos, distorsiones del pensamiento que le instalan en el “todo o nada” y, en ocasiones, bloqueo y caos con tendencia a la procrastinación.
El escenario en el que vivimos y la propia adaptación potencian la tendencia a intentar hacer las cosas mejor, lo que supone grandes ventajas que nos pueden permitir alcanzar importantes logros. Hasta ahí todo bien pero, ¿qué ocurre cuando se produce un desajuste entre nuestros logros y nuestros objetivos? Esta cuestión se puede abordar en positivo y ser transformada en una estrategia para seguir aprendiendo a través de un equilibrio relativo con las adecuadas atribuciones sobre lo que depende de nosotros y lo que somos capaces de conseguir. Nuestro cometido es intentarlo y hacer lo posible para que aumente la probabilidad de que se logre el objetivo sin la tiranía de que “puedo y debo hacerlo sin cometer errores”. Con la integración de todos los factores implicados en el proceso y la adecuada atribución de a quién se debe qué y no tengo por qué sentirme responsable.
El perfeccionismo tiene su base en aspectos estructurales de la personalidad que determinan cierta predisposición pero, sobre todo, en factores ambientales que favorecen la aparición y consolidación de sus rasgos.
Paradójicamente el perfeccionismo está a la base de un gran número de abandonos de la vida académica, alumnos y alumnas muy capaces que no soportan la presión de las demandas escolares. Sólo hay que fijarse en el estresante ritmo de los cursos decisivos para conseguir media y poder acceder a estudios superiores. El segundo curso de bachillerato es un claro ejemplo de ello y no son pocos los pacientes que acuden a nuestra consulta con sentimientos de indefensión y el convencimiento de que de nada les sirve intentarlo porque no van a conseguir lo que necesitan, creencia irracional en la mayor parte de los casos. Son pacientes que presentan episodios de ansiedad que terminan bloqueando su propia capacidad de estudio, de aprendizaje, lo que termina confirmando sus anticipaciones negativas.
O pacientes deprimidos porque no encuentran la salida en un momento, supuestamente, tan decisivo para sus vidas. El “ahora o nunca” como clara distorsión cognitiva pero de fuerte arraigo.
Ser perfeccionista es algo que acompaña a la persona en las diferentes etapas de su vida y conviene aprender a neutralizar sus efectos negativos para que los diferentes procesos evolutivos no terminen bloqueándose: la parálisis que se convierte con frecuencia en procrastinación permanente, la creencia de que resulta tan difícil conseguir hacer las cosas como “deberíamos” que lo, aparentemente, más adaptativo es no hacer nada y evitar así el coste emocional de intentarlo y la probabilidad, más que anticipada de fracaso. Y se termina recalando en conductas distractoras y autoengaños que nos liberan de enfrentarnos “hoy” porque existe el “mañana ya lo haré” pese a vivir en el caos y en una continua sensación de incompetencia.
¿Podemos tratar este estilo de auto exigencia? La primera cuestión es identificar y aceptar las propias dificultades. Alguien que considera que debe hacer las cosas perfectamente, no admite el mero hecho de necesitar ayuda y lo percibe con una debilidad, justamente lo contrario de lo que se exige. Por ello hay que abundar en la redefinición de estos supuestos para poder establecer las líneas de la intervención. Establecidas las bases, habrá que dotar al paciente de mecanismos que le ayuden a enfocar con mayor eficacia la planificación de objetivos personales y la interpretación cognitiva de todo el proceso. En definitiva, un aprendizaje gradual de un nuevo estilo de afrontamiento que suele mantener grandes niveles de éxito y que reduce significativamente el coste emocional y, por tanto, la posibilidad de bloqueo.
Cometer errores forma parte de nuestro principal modelo de aprendizaje y descubrir su verdadera significación nos permite seguir avanzando y no desconfiar de nuestras propias capacidades.

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