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Depresión adolescente

Depresión adolescente
Son muchos los adolescentes que acuden a nuestra consulta demandando atención psicológica por presentar cuadros de irritabilidad, cambios de humor, dificultades de adaptación, conflictos en sus relaciones y un largo etcétera de síntomas de difícil diagnóstico porque parecen responder a diferentes causas; la propia edad, los cambios evolutivos asociados, cambios hormonales, de imagen, de rol y esa intensa búsqueda por encontrar el espacio al que pertenecer.
Habitualmente acuden acompañados de sus familiares que suelen dar la voz de alarma ante cuestiones como bajada en el rendimiento académico, aislamiento, agresividad y otros rasgos de compleja interpretación.
¿Son los cambios que observamos propios de esta edad que tradicionalmente se ha asociado con crisis existencial? ¿Cómo actuar desde el papel de los padres y familiares?¿Es algo que remitirá con el propio desarrollo? Un sinfín de interrogantes que podremos abordar desde el establecimiento de un correcto diagnóstico. No me gusta hablar de adolescencia necesariamente como un periodo crítico aunque desde luego se trate de un proceso de continuos y relevantes cambios. Muchos adolescentes no presentan problemática alguna más allá de reclamar su nuevo espacio y renegociar los límites de su creciente autonomía. Pero debemos fijarnos en esa parte de la población adolescente, se calcula cercana al 8%, que muestra síntomas depresivos que no correlacionan con la defensa de su nuevo estatus y que podrían denotar un profundo estado de afectación emocional, situación que continúa infradiagnosticada por las propias dificultades en la identificación e interpretación de los síntomas.
El adolescente deprimido suele presentar, entre otros síntomas, cambios de humor con predominancia de humor depresivo, falta de motivación y perdida de energía. Afectación de sueño, tanto en la fase de conciliación como en el excesivo sueño y cansancio a lo largo del día. Trastornos de la conducta alimentaria, puede aparecer pérdida de peso y también ingesta desproporcionada como mecanismo regulador del malestar. Dificultades para disfrutar de las hasta ahora, actividades lúdicas que venía realizando, lo que denominamos anhedonia. Clara tendencia al aislamiento y empobrecimiento de su vida social. En ocasiones conductas agresivas y de riesgo, bajada del rendimiento académicos junto con afectación de la atención y la capacidad para concentrarse. Expresión abierta de una autoestima muy baja. Aparecen, en ocasiones, cuadros asociados al consumo de sustancias tóxicas. Ideación y percepción negativa de todo lo que les rodea y, en ocasiones presencia de aspectos relacionados con conductas autolesivas y/o suicidas. También es fácil encontrar afectación somática en cualquier ámbito de la salud del adolescente. Ante la presencia de los síntomas descritos es recomendable consultar con un psicólogo clínico para identificar la situación emocional del adolescente, un rápido y eficaz diagnóstico nos permitirá definir la mejor estrategia de actuación.
Las guías más prestigiosas para la intervención en cuadros depresivos Infanto-juveniles son las publicadas en Reino Unido por el National Collaborating Centre for Mental Health (NICE) y la publicada en Estados Unidos por la American Academy of Children and Adolescent Psychiatry (AACAP). Ambas coinciden en plantear un periodo inicial de vigilancia sobre la sintomatología para pasar, en primer lugar a un abordaje psicoterapéutico y en el caso de que el paciente lo requiera, iniciar un tratamiento psicofarmacológico complementario. Destacan la eficacia del modelo psicoterapéutico cognitivo-conductual y también apuntan el modelo interpersonal. En España se publicó una guía en 2009 que propone seguir pasos muy similares, a saber, psicoterapia y sólo en el caso de que el paciente no evolucione en las primeras doce semanas, valoración psiquiátrica para posible intervención farmacológica complementaria.
Son muchas las causas que podemos identificar a la base de los cuadros depresivos en el adolescente: Aspectos relacionados con el propio proceso evolutivo, cambios hormonales, nueva imagen, gestión de la propia autonomía y de la presión que supone la necesidad de pertenecía al grupo de iguales, independencia de los esquemas de la casa familiar, etc.
Aspectos estructurales como el perfeccionismo y la obsesividad, la autocrítica y otros rasgos de carácter que facilitan la vulnerabilidad de los estados afectivos. El famoso concepto de autoestima y auto competencia en el control del bienestar.
Podemos destacar también cualquier acontecimiento estresante y/o traumático al que tengan que hacer frente; fracaso afectivo, pérdida de un ser querido, enfermedades, etcétera. Cabría mencionarse aquí el impacto emocional de fenómenos como el acoso escolar y cualquier otro tipo de maltrato psicológico, físico o sexual.
En resumen, lo más importante sería establecer una vigilancia y una adecuada comunicación con el adolescente que no se caracterice por un exceso de control e hiperprotección, observar y sugerir conductas y estilos de vida saludables que pueden prevenir estos cuadros afectivos y en caso de identificar un grupo de síntomas como el descrito, la búsqueda del profesional que nos permita diagnosticar y, en su caso, tratar la situación emocional del adolescente.
 

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