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LA IRA Y LA EXIGENCIA, DOS COMPAÑERAS DE VIAJE

¿Qué ocurre cuando pensamos que la vida, los demás y nosotros mismos no estamos cumpliendo las expectativas que esperábamos?
Al mantener una actitud exigente nos vemos expuestos a la aparición de la IRA. Si exigimos comportamiento y actitudes a los demás (y a nosotros mismos), corremos el riesgo de que no se cumpla lo que demandamos. Ante esta situación, podemos sentir que la vida es terrible, y reaccionamos con condena ante el responsable de la afrenta (ya sea el otro o yo).
Muchas veces nos descubrimos a nosotros mismos juzgando que alguien debería de comportarse de una forma o no debería actuar de otra. En estas situaciones NO estamos respetando el derecho de la persona a ser su propio juez y evaluar que le conviene hacer. Pero, además, resulta tremendamente frustrante, porque los demás, al usar su libertad de comportarse como quieren, hacen cosas que no compartimos ni nos agradan. Esta frustración nos lleva a la ira y sus repercusiones no suelen ayudarnos…
Ante el enfado de no estar recibiendo de los demás lo que esperábamos, buscamos formas de resarcir el daño. Podemos contemplarnos coaccionando al otro (con una ira exigente) para que cambie su actitud.
¿Cuál es la paradoja de este comportamiento?

  • Si conseguimos lo que pretendemos, lo habremos logrado a expensas de provocar emociones desagradables en el otro que van a empeorar nuestra relación.
  • Pero, en muchas ocasiones, el otro va a responder con rechazo, y va a aferrarse aún más a ese comportamiento que queríamos eliminar. Porque a nadie le gusta que le controlen, manipulen o dominen.

Ante la exigencia, también es fácil caer en la trampa de enfadarme conmigo mismo por no lograr lo que «debo hacer», y de nuevo pago el peaje de las exigencias. Nuestra autoestima se ve muy expuesta. Muchas veces consideramos que los demás también nos exigen (ponemos nuestro pensamiento en la cabeza del otro) percibimos esto como un juicio, y como si el otro no estuviese aceptándonos. Esto puede llevarnos al enfado, al considerar que el resto de las personas nos privan de nuestra propia autoestima
Otra forma de caer en la ira ante la exigencia es centrando nuestra vida en alcanzar ciertas metas (una nota en un examen, un puesto de trabajo, etc.). Estas situaciones suelen involucrar a otras personas, que en ocasiones podemos considerar responsables de nuestro «fracaso». De nuevo nuestra autoestima se ve afectada, y podemos dirigir el enfado por la frustración del objetivo inalcanzable hacia los demás o hacia nosotros mismos.
Otro día abordaremos la ira beneficiosa (no todo va a ser malo en el enfado), pero hoy podemos ver como la ira irracional puede venir de la mano de las exigencias inflexibles. Esta ira perjudicial nos trae consecuencias a corto, medio y largo plazo. Si queremos aprender a controlar la ira, y mantenerla dentro de los límites beneficiosos, una de las primeras labores que debemos realizar es localizar nuestras exigencias inflexibles.

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