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Algunas notas sobre la Discapacidad Intelectual

El nacimiento de un hijo es uno de los acontecimientos vitales más importantes en la vida de una pareja, momento en el que experimentarán todo un “cocktail” de emociones. Desde que los futuros padres reciben la noticia del embarazo comienzan a  fantasear con “su hijo ideal”: piensan su nombre,  buscan parecido familiares en las ecografías, imaginan su físico (color de pelo, ojos…), etc.
Cuando un hijo nace con discapacidad intelectual los padres se enfrentan al hecho de ver como sus expectativas no se han cumplido.
En ocasiones, el diagnóstico se produce en el mismo momento del nacimiento, pero existen muchos otros casos en los que esto no es posible. Serán los padres los que día a día irán descubriendo que su hijo no evoluciona como era de esperar. En el mejor de los  casos, consultarán al pediatra y tras un reconocimiento le derivarán al especialista pertinente para una evaluación. En otros, los padres tendrán que pasar por un sinfín de especialistas hasta dar con el diagnóstico.

¿Qué es la discapacidad intelectual?


La discapacidad intelectual es una discapacidad caracterizada por limitaciones significativas tanto en el funcionamiento intelectual como en la conducta adaptativa, expresada en habilidades adaptativas conceptuales, sociales y prácticas.
Esta discapacidad se origina antes de los 18 años». (Luckasson y cols., 2002)
Las causas de la discapacidad intelectual son múltiples por lo que se trata de un grupo de personas muy heterogéneo.

¿Cúal es  la reacción emocional de los padres ante el diagnóstico?

Los padres pasan por diferentes fases desde que les comunican el diagnóstico de su hijo hasta que lo aceptan. Han sido numerosos los autores que apuntan a esta idea,  Seligman y Darling (1979) señalan las siguientes :

  • Fase de Shock: Se produce en el momento de recibir la noticia.. No se puede evitar, pero puede ser más leve si la familia ya sospechaba algún problema.
  • Fase de Negación: Los padres siguen funcionando como si no existiera el problema. Cuestionan el diagnóstico y a los profesionales, piensan que es un error. Esta fase ayuda al proceso de adaptación de los padres siempre que no se estanquen en ella.
  • Fase de Reacción: los padres viven una serie de emociones aparentemente desajustadas pero necesarias para su posterior adaptación. Frecuentemente aparecen enfado, rabia, agresividad, culpa y/o depresión (estado propio de la elaboración del duelo y necesario para la aceptación).
  • Fase de Aceptación y Reorganización: La mayoría de los padres alcanzan la calma emocional que les permite una visión realista de su hijo, se centran en qué hacer, en cómo ayudarle y reorganizan el contexto familiar.

La aceptación de la discapacidad es el punto de partida de un largo camino en el que el objetivo es lograr la mejor calidad de vida de la persona con discapacidad.
Aceptar la discapacidad supone comprender que mi hijo es diferente y que por tanto no logrará aquellas metas que me había planteado para él cuando pensé en “mi hijo ideal”, sin embargo, podrá tener una vida completa y ser feliz.
Es muy importante crear expectativas  ajustadas a la realidad que se presenta  y no perder la esperanza en el futuro para evitar estados emocionales negativos tales como ira, frustración, depresión, etc, a los se puede llegar por esperar cosas que no sucederán.
Será  importante ir revisando y ajustando estas expectativas periódicamente dado que cada caso es único, fruto de un proceso que está en constante evolución.

¿Con qué dificultades nos podemos encontrar?

En ocasiones los padres adoptan actitudes de sobreprotección por temor a que su hijo sufra, sin darse cuenta de que en realidad le están “desprotegiendo”, ya que no le están permitiendo enfrentarse a situaciones novedosas y a la incertidumbre y frustración que generan, lo que es necesario en para un adecuado desarrollo emocional.
Este modo de actuar puede derivar  en que la persona con discapacidad, cuando se encuentre en contextos diferentes al familiar, tenga serias dificultades para desenvolverse sin ayuda, y su umbral de tolerancia a la frustración  sea excesivamente bajo.
En otras ocasiones los padres se resisten a ver  las dificultades de su hijo y les “lanzan” a hacer cosas para las que en realidad no están preparados. La persona con discapacidad percibe un alto nivel de exigencia y puede tener bloqueos, sufrir alopecia, insomnio, etc síntomas en ocasiones de un trastorno mayor (depresión, ansiedad, etc.).
Establecer el equilibrio adecuado entre protección y autonomía es una labor complicada que en muchas ocasiones requiere el asesoramiento de un profesional.
No hay que olvidar que la personas con discapacidad intelectual tienen un mayor riesgo de desarrollar otros problemas de salud mental. Actualmente un 30 % de personas con discapacidad intelectual sufren algún trastorno mental frente al 14% de hombres y el 25% de mujeres que desarrollan problemas de salud mental en la población general.
En ocasiones se asumen como propios de la discapacidad ciertos comportamientos que nada tienen que ver con ella y que con un trabajo terapéutico adecuado se reducirían de manera notoria.  como por ejemplo fobias, enuresis, problemas de conducta, etc.
Es frecuente también que otros miembros de la familia necesiten un apoyo psicológico puntual para superar algunas situaciones en las que se han producido “atascos”:

  • En los hermanos: No aceptación de la discapacidad, celos excesivos hacia el hermano con discapacidad, exceso de timidez, duelo por la pérdida del “hermano sin discapacidad”, etc.
  • En los padres: Conflicto en la pareja por incompatibilidad de estilos de crianza, excesivo temor a la autonomía del hijo con discapacidad, etc.
  • En los abuelos: depresión por el nacimiento de su nieto, conflicto por la pérdida de rol (los abuelos no saben como actuar, en ocasiones se apartan), etc.

En todos los casos el hecho de recibir el apoyo psicológico que necesitan favorecerá  el bienestar  emocional de la persona en particular y de la familia en general, lo que incidirá directamente en la mejora de la calidad de vida de la persona con discapacidad intelectual.

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