Las emociones pueden ser nuestro peor enemigo o nuestro mayor aliado. Pero, cuando surgen, lo primero que solemos hacer al enfrentarnos a ellas es rechazarlas:
«¿Por qué apareces ahora? ¿Qué haces aquí? Vete, no te quiero…»
Esta lucha por ocultar nuestra emoción, por ignorar el mensaje que nos quiere transmitir, nos alivia durante unos instantes. Asique, nos alzamos en pie de guerra contra ella y todas las cosas desagradables que implican.
Pero, esta lucha, a largo plazo, nos sale cara. Si las emociones existen tienen que cumplir una misión, ningún cuerpo gasta tanta energía en algo inservible.
Mi cuerpo necesita mandarme mensajes, porque su objetivo principal es que me adapte a este mundo en el que vivo. Y una de sus principales vías de comunicarse conmigo son las emociones. Para él es imprescindible que ese mensaje llegue a recibirse, completa y absolutamente imprescindible.
Cuando me enfrento al mundo, mi cuerpo desconoce si contra lo que hay que luchar es un león o a un compañero de trabajo. Él solo quiere que yo gane esa batalla, porque lo primero que el percibe es que mi supervivencia está comprometida. En esos momentos de supervivencia las emociones juegan su papel protagonista.
Las emociones buscan ahorrarme tiempo en momentos que necesitamos actuar sin pensar. Ayudándonos a superar obstáculos. De modo que sí, son útiles y necesarias.
Sin embargo, no siempre las empleamos de la forma más sabia. A veces llevamos al extremo la información que las emociones nos transmiten y tratamos las emociones como hechos: «Si me siento incompetente, es que lo soy», «si me deprimo cuando estoy solo, no debería estar solo», «si siento miedo, es que algo es amenazante», «le amo, asique debe ser la persona adecuada para mi»…
Otras veces, la emoción ha estado tanto tiempo activa que comienza a infectar mis pensamiento, interpretaciones y recuerdos. Lo que me sumerge en un estado coherente con la emoción, pero distorsionado de la realidad.
Es importante aprender a dejar de tener miedo a las emociones.
- Las emociones son avisos, pero no pretenden ser siempre avisos válidos. Solo aprendiendo a recibirlos podremos comenzar a discernir si son útiles o «falsas alarmas».
- Las emociones no son condenas, ni torturas, son mensajes constructivos, que pretenden ayudarme a mejorar mi relación con el contexto. «Eres un desastre» o «tienes la culpa de todo» nunca serían mensajes emocionales, sino interpretaciones que hacemos en función de una emoción.
Todos sentimos emociones, todos sentimos todas las emociones. La diferencia no está en el qué sentimos, sino en el cómo lo sentimos.
Las personas con habilidades emocionales también sienten frustración, vergüenza, ofensa, inseguridad, etc. pero lo manejan de forma rápida, fluida y sin luchar contra el sentimiento. Esto les permite actuar sin que la emoción les interfiera, sino aprovechando a que le ayude a ser más eficaz.