¿Por qué el buen tiempo trae malas caras?
Cuando llega el verano nuestra cabeza se llena de ideas tóxicas en referencia a nuestro cuerpo. Al mismo tiempo, en las redes sociales aparecen mensajes positivos en torno a la aceptación de este.
Una situación de lucha y ambivalencia que provoca mucho malestar. «Se que me tengo que querer, pero a la vez no paro de recibir información sobre cómo debería ser mi cuerpo (y no lo es)».
De modo que, en muchas ocasiones, nos vemos luchando contra nosotros mismos durante gran parte de estos meses de calor.
Pero ¿qué encontramos en este territorio hostil?…
Para empezar, seamos realistas, todas las personas tienen partes de su cuerpo que no le gustan. El problema surge cuando esta parte (o partes) se convierten en algo contra lo que luchar.
Además, cuando hablamos de imagen corporal, no estamos haciendo referencia a la apariencia real de nuestro cuerpo, si no a la «imagen» que tenemos de él, es decir a nuestra representación del cuerpo.
Aquí es donde empieza la trampa, porque esta imagen simbólica podemos distorsionarla hasta que nos genere un sufrimiento terrible. Y nuestro pensamiento se solapa con este sufrimiento, siendo nuestro peor enemigo.
¿Qué cosas me digo que me hacen daño?
Cuando luchamos contra la imagen del espejo partimos de un ideal irreal (persona perfecta, con las medidas perfectas, el cuerpo tonificado perfecto, la altura perfecta…)
De este modo, nuestra referencia está en un escalón inalcanzable, y, partiendo de esta base, hemos perdido la batalla antes de empezar.
Las «imperfecciones» van a brillar, los «defectos» se convertirán en el foco principal de nuestra atención y se instaurará en nosotros un constante sentimiento de insatisfacción.
Todo esto, en parte, porque no hemos tomado como modelos otras personas de nuestro entorno, con sus cuerpos reales. Hemos elegido la foto modelo.
De modo que, la comparación, de base, es injusta. Pero, además, existen otras armas con las que derribar nuestro propio tejado.
Incluso cuando nos comparamos con personas reales podemos caer en la trampa de magnificar el atractivo de los otros y fijarnos solo en aquel aspecto en el que nos superan. Ignorando aquellas cualidades en las que destacamos nosotros.
En última instancia, estas comparaciones pueden condicionar nuestras actividades. Nos resulta mucho más costoso aceptar planes en los que nos sintamos inferiores al resto de personas.
Así, cuando nuestro físico condiciona nuestro comportamiento, las limitaciones pueden ser muy dolorosas. Partimos de una belleza limitadora, donde hasta que no alcancemos la perfección no nos permitiremos hacer lo que queremos, y por tanto, no nos permitimos sentir el placer de hacerlo.
Y otras veces, no solo limita nuestras actividades, sino que también creemos que el resto querrá o no relacionarse con nosotros en función de nuestro físico.
Aunque, con la llegada del verano es complejo no caer en alguna de estas trampas, es importante que tomemos conciencia de hasta qué punto están condicionando nuestra vida.
No es necesario que continuemos en lucha con nuestra imagen corporal, y el primer paso es identificar esta guerra.