La preocupación excesiva en torno a la posibilidad de padecer enfermedades ya es aludida por los griegos. La primera descripción de la hipocondría fue realizada por Diocles (350 a. C.) y durante los siglos posteriores el trastorno fue atribuido a causas físicas y relacionado con la histeria, melancolía, neurastenia y multitud de problemas psiquiátricos.
A través de la historia de la psiquiatría, la hipocondría se ha asociado a desórdenes tales como la ansiedad, la depresión (con delirios hipocondriacos en la depresión mayor) y con determinadas formas de esquizofrenia y paranoia. Los estudios para aclarar las relaciones entre síntomas somáticos, ansiedad, depresión e hipocondría, se complican por la coexistencia de esos problemas en una gran cantidad de pacientes.
Por ejemplo, autores como Kenyon han ofrecido un listado de los distintos usos que el término hipocondría ha tenido a lo largo de la historia, entre los que se incluyen: sinónimo de estúpido o loco, un trastorno mental debido a un mal funcionamiento del tracto digestivo, rasgo o atributo de la personalidad, un mecanismo de defensa, estado intermedio entre la histeria y la psicosis…
Es a partir de finales de los años setenta y principios de los ochenta cuando los clínicos se preocupan del estudio de la hipocondría, la fobia a las enfermedades y los síntomas somáticos funcionales como trastornos, en ocasiones, independientes de otras categorías psiquiátricas.
La mayoría de los autores coinciden en que el problema a que nos referimos parece formas parte de un continuo que iría desde el trastorno por somatización (preocupación por los síntomas o manifestaciones físicas no explicables sobre la base de alteraciones orgánicas), hasta la hipocondría, en la que se interpretan erróneamente signos o sensaciones físicas como manifestaciones de distintas enfermedades graves, y ello a pesar de la seguridad, en contra, proporcionada por las distintas pruebas y diagnósticos médicos.
Otros autores han preferido simplificar los términos aludiendo a un continuo que iría desde “la preocupación por la salud” hasta “la preocupación mórbida por la salud”, extremo donde se situaría la hipocondría tal y como es descrita en el DSM-IV.
Por último hacer referencia a los datos epidemiológicos referentes a la hipocondriasis. La prevalencia en la población general se desconoce. Según autores como Kellner la proporción de pacientes atendidos en clínicas médicas por síntomas somáticos sin causa orgánica es entre el 10% y el 30%. Según el DSM-IV, en la práctica médica, la prevalencia se encuentra entre un 4 y un 9%.
En un estudio realizado por Morillas en el departamento de adultos del Centro de Investigación y Terapia de Conducta de Madrid (CINTECO), sobre un total de 444 pacientes, la prevalencia de los síntomas somáticos y la hipocondriasis fue del 7,43%. Por otro lado, Marks afirma que los hipocondriacos representaban el 15% del total de fóbicos de su muestra estudiada en Londres.
En cuanto a la prevalencia por sexos parece que afecta igualmente a hombres y mujeres. Con relación a la edad, algunos investigadores apoyan la idea de que sería un trastorno que aumenta con la edad, mientras que otros muestran la idea contraria, sugiriendo que el trastorno no sería más frecuente en la gente mayor que en los jóvenes y que aquellos estarían menos preocupados por la salud que estos.
Desde el modelo cognitivo-conductual, el problema hipocondriaco es el resultado de las interacciones entre un organismo y su entorno, donde las características biológicas de dicho organismo, su historia de aprendizaje y repertorio conductual, son variables relevantes en la aparición del problema. Factores predisponentes, como actitudes hipocondriacas en la familia, clase social, cultura, edad, enfermedades anteriores, percepción selectiva de las sensaciones corporales, etc., serian las causas de que la persona reaccione al estrés producido por los acontecimientos de la vida diaria, así como a los estímulos específicos relacionados con el teme de la enfermedad y la muerte, con conductas hipocondriacas.
Kellner, autor que ha centrado su atención en el trastorno, ha presentado un esquema del problema hipocondriaco, donde el estrés precipitante y los factores predisponentes estarían en la base de dicho problema, y donde las respuestas emitidas por el individuo y sus consecuencias conformarían la fobia a padecer enfermedad.
Los estímulos ambientales generan estrés cuando el individuo no posee en su repertorio conductas de afrontamiento para manejar las situaciones, o cuando evalúa que la situación desborda sus capacidades de afrontamiento. También pueden existir experiencias relacionadas con la muerte que jueguen el papel de precipitantes específicos. A partir de aquí puede aparecer la etiquetación errónea de los síntomas somáticos y un aumento de la ansiedad que se trata de manejar con cierto tipo de conductas (comprobación, evitación y escape) que tienen como consecuencia el reforzamiento del problema. El esquema propuesto por Kellner, igualmente hace referencia al círculo vicioso que se establece entre la interpretación errónea de la naturaleza de los síntomas, la producción de más ansiedad, la percepción selectiva y la idea de padecer enfermedad.
Huelga decir que en el caso, poco probable, de que el paciente acudiera a la consulta del psicólogo sin un diagnóstico medico previo, el punto de partida debería ser este, con el fin de descartar cualquier patología orgánica. Ahora bien, el hecho de presentar alguna patología orgánica , no tendría por qué explicar el trastorno psicológico o la incapacitación socio-laboral que aparecen en el problema hipocondriaco y que podrían ser la consecuencia de una reacción desproporcionada a un estímulo estresor. En contrapartida, y como señala el DSM-IV, una de las frecuentes complicaciones del problema es pasar por alto una verdadera patología orgánica.
Manuel Morrillas Urda
Departamento de Asistencia en la Edad Adulta.